Text i imatge: José María García
Esta mañana he ido a comprar a un centro comercial que tengo al lado de casa y en las inmediaciones he visto un carro cargado de objetos y trastos de los que acompañan a un indigente, a una persona sin hogar.
Antes, hace años, era una imagen más habitual en nuestras ciudades, pero con el desarrollo del estado de bienestar y el aumento de presupuesto destinado a los servicios sociales, parecía que había desaparecido de las calles.
En la actualidad, cuando anuncian hasta la saciedad que lo peor de la crisis ha pasado y también reconocen de una forma más discreta y silenciosa que la recuperación no ha alcanzado a todas las capas de la sociedad, no me ha extrañado ver esta imagen porque a simple vista he podido constatar que ha aumentado el número de personas que viven en la calle. Imagen que me retrotrae al pasado, de indigencia asociada a otras problemáticas psiquiátricas como seguramente es el padecer síndrome de Diógenes, que no hacen más pobre ni mísero al que desgraciadamente ya lo es, pero sí que llaman más la atención.
Pier Paolo Pasolini ya denunciaba hace décadas lo que denominaba “el cuarto mundo”, que era la miseria que existe y convive en el primer mundo con el resto de la sociedad occidental. También denunciaba y relacionaba el consumismo con el individualismo y decía que no hay nada más solitario que un grupo de personas reunidas en una plaza dura comprando (la foto que ilustra el artículo es muy ilustrativa en este sentido).
Ver a una persona en la calle no tendría que ser habitual como desgraciadamente lo es, lo hemos normalizado, y encima cargado con un carro con todo tipo de bártulos en estos días de confinamiento, el único lugar donde pueda estar recluido sea su miseria o su más que posible problemática psiquiátrica asociada, que su única protección no ante el “coronavirus”, que seguramente no sea consciente de que exista, sino que pueda salvarle de no poseer nada, sea una máscara de Anonymous que se ve que lleva colgada entre los bártulos a modo de atrezzo que le acompañan.

Y la imagen con el fondo de un rascacielos de la moderna plaça d’Europa en el distrito tecnológico de l’Hospitalet de Llobregat, el más ostentoso y fashion cuyo moderno skyline es usado por los gobernantes de la ciudad para ocultar una realidad incómoda, y también para los que vivimos en ella.
Estas personas muchas veces no sólo se ven excluidas de vivienda, bienes de consumo, comodidades, seguridad y salud física y mental, sino que también están excluidas de la consideración por parte de sus compañeros de especie, que pensamos que este problema lo tienen que solventar las administraciones, los servicios sociales o las ONG.
Aunque cada caso es un drama, las personas que viven en la calle no representan en su conjunto un número excesivo ni significativo en número de votos, que pueda hacer variar el peso de una balanza en unas elecciones.
Entonces desde las administraciones se opta por extender las ayudas sociales, creando una masa de pobreza clientelista instrumentalizada por el gobierno de turno, intentando que no se extienda la exclusión social que pueda desestabilizar el sistema, el mantenimiento del cual beneficia a unos pocos entre los que se encuentra la clase política que nos gobierna, sea del color o partido que sea.
También hay que decir y denunciar que en l’Hospitalet no existe ninguna residencia o alberge para alojar a los sin techo durante temporadas largas. Sólo existe una con no demasiadas plazas, de estancias limitadas en el tiempo y además compartida con otros colectivos marginales.
Parece ser que la prosperidad de una ciudad elegida estos últimos años por muchas empresas y hoteles, junto al dinero que ha dejado en las arcas municipales la recalificación de terrenos para construir viviendas, muchas veces de alto standing, no ha ido acompañada paralelamente de políticas para erradicar la extrema pobreza. A la espera de efectuar un censo de personas que viven en la calle en la ciudad de l’Hospitalet –y sabiendo de antemano que está cifra no habrá aumentado estadísticamente, pues nunca se ha efectuado un censo anterior, hecho que invita a la reflexión–, anuncio ya que está aumentando la población marginal en la ciudad, excluida socialmente y sin vivienda.
Aunque la altura de la cifra que alcance este número de excluidos parece no preocupar demasiado a los gobernantes de la ciudad, como por el contrario sí les parece preocupar la altura que alcancen los rascacielos que han construido o permitido que se hagan. Y los que tienen previstos construir aunque sea acabando con las últimas zonas verdes de la ciudad…
Se confirma de esta manera ante la opinón pública una falta de conciencia ecológica por parte de los dirigentes municipales, así como un nulo interés por el patrimonio y la historia de la ciudad, ya que anteponen a cualquier otro interés la voracidad desmesurada de la especulación inmobiliaria.